End up here - 5 Seconds of Summer
Hola, ¿cómo te encuentra este correo?
Nunca sé cómo saludar en un correo electrónico, lo siento.
Solo quería contarte lo que pasó ayer, porque descubrí muchas cosas. Voy a intentar reproducir lo que pasó con la mayor cantidad posible de detalles, porque yo tampoco quiero olvidarme de nada.
Me encontré a Eva de casualidad en el parque de la fuente, al final de mi calle. Como siempre, me llamó la atención su pelo rojo. Llevaba unos pantalones anchos con cadenas y una sudadera negra. Y no me vio.
Pensé en tirar de la mochila que llevaba a la espalda, pero luego decidí que no quería asustarla, así que recogí el skate del suelo y me acerqué en silencio.
Y me puse a caminar a su lado.
—¿No deberías estar en clase? No seas como yo —bromeé. Ella se dio la vuelta, asustada de todas formas.
Tenía los ojos rojos.
—No podía.
—¿Estás bien?
—Perfectamente. —Debió de ver que no la creía, que de hecho me preocupé aún más—. No te rayes.
Le pregunté a dónde iba y si podía acompañarla, y ella me dijo que no lo sabía y me dejó ir con ella.
—Aún estoy descubriendo el barrio. ¿Tienes algún lugar favorito? Aparte del skatepark —dijo. Me quedé pensativo y negué con la cabeza. No se me ocurrió ningún sitio bonito en toda la ciudad—. ¿Quieres ver una cosa?
Me llevó a la estación, aunque yo no lo supe hasta que llegamos. Tardamos un buen rato desde donde nos encontrábamos.
—¿Te llevo la mochila?
Ella se rio. De mí, probablemente.
—No hace falta. No llevo libros.
La miré de reojo. Seguía pareciendo triste, a pesar de que su voz sonaba como siempre. Eva no es tan irritante como pensé que sería cuando la conocí. De hecho, es todo lo contrario.
—Me gustaría ayudar —solté, y sinceramente no esperé que me permitiera hacerlo.
—Ayer vino mi padre a casa.
Vale, un tema delicado. No tenía ni idea de la relación que tenía con sus padres. No sabía nada de ella, en realidad.
—¿Y qué pasó?
Ella se quedó callada. Nos cruzamos con una pareja que debía de rondar nuestra edad. A lo mejor también estaban haciendo pellas.
—Mira, sé que tienes mayores problemas de los que preocuparte —suspiró, después de un rato.
Viéndolo ahora, me doy cuenta de que perdí una muy buena oportunidad para entender a Eva.
—¿Por qué dices eso?
—No sé.
Evitó mi mirada y sacó un paquete de chicles antes de meterse uno en la boca.
—Eva, ¿por qué dices eso?
—Me han dicho que sea buena contigo. Que no lo estás pasando bien.
—¿Quién te ha dicho eso?
—David.
El Rubio. Cómo no, tenía que abrir la boca. Él y yo tuvimos una conversación sobre esto en marzo, cuando le expliqué que no sé cómo me siento la mayor parte del tiempo. Y él se lo ha tomado como algo… importante.
—No me pasa nada.
—No eres tonto, lo sabes, ¿no? Solo tienes más dificultades que el resto y ningún tipo de motivación.
Fue raro escuchar algo así. Mis padres y profesores nunca me han animado a nada, y desde mi punto de vista diría que solo he recibido castigos y humillaciones a lo largo de mi vida. Fue agradable escuchar sus palabras.
—No te metas —me obligué a decir, a pesar de todo.
—Solo quiero que me digas si es verdad. Si tengo que tener paciencia.
Siento que cuando habla, en el fondo quiere decir algo distinto.
—¿Por qué tienes tantas ganas de ser mi amiga?
—Me caes bien. Me recuerdas a mí. —Se encogió de hombros en uno de esos gestos que hacen los chicos como yo y como el Rubio—. Y tienes buen gusto. Musicalmente hablando, porque ese gorro no te hace ningún favor.
Me lo arrancó de la cabeza.
Cuando llegamos a la estación, sus ojos habían vuelto a su color habitual. Señaló el muro bajo bajo el puente de las vías y me hizo un recorrido explicativo de las firmas y símbolos que había.
Me dio la impresión de que conocía a todos los artistas de los que me hablaba. Quizá sean amigos suyos.
—¿Alguno es tuyo?
—Ese de ahí.
Cuatro estrellas negras de distinto tamaño dibujadas con precisión.
—¿Es una constelación?
—No, solo son estrellas.
—¿Qué significa?
—Nada. Si alguna vez ves unas estrellas como esas, quiero que sepas que las hice yo. Quiero que me recuerdes.
—Lo dices como si te fueras a morir.
No me respondió. Tuve la sensación de que no estaba hablando conmigo, sino consigo misma.
—A los niños les gustan, a veces me quedo aquí un buen rato y de vez en cuando una persona mira. Y se fija en las estrellas. Eso es el mejor piropo.
—Imagino que sí.
—Contamos con que cualquier día nos lo borren, claro. No ven el valor que tiene y por eso creen que no tiene ninguno. Dicen que son actos vandálicos y a nosotros nos llaman jóvenes violentos. Se gastan millones de euros en “limpiar” todo esto. Pero solo intentan borrar a ciertas personas.
—Lo sé.
Para ser sincero, lo entendí solo a medias.
Nos sentamos en uno de los bancos. Eva escupió el chicle y luego sacó un cigarro y un mechero.
—Así que estás orgullosa de tu obra, pero no quieres que se te relacione con ella.
—Las hago cuando estoy enfadada. Por no hacer algo peor.
La verdad, no me parece el tipo de persona que se enfada fácilmente. Pero ahora creo que estábamos hablando de otro tipo de rabia. Una que, en realidad, entiendo muy bien. La de que todo sea injusto para ti y no puedas ni siquiera quejarte, porque podrías empeorarlo aún más.
—Es un secreto. —Sonrió y me dio un golpecito con el puño—. Te lo acabo de revelar, aprécialo.
—Gracias.
¿Crees que era adecuado dar las gracias?
Dio una calada y echó el humo lejos de mí.
—No soy violenta.
—Claro que no.
—Me molesta que digan que lo soy.
—A mí también.
Pensé en mi hermano Hugo y en lo mucho que había intentado no ser como él.
—Mi padre sí es violento. Él sí que destruye cosas.
Ahí fue cuando entendí todo. Por qué somos tan parecidos.
Me quedé en silencio, viéndola fumar. Parecía que no había dormido nada. Cerró los ojos y yo le rodeé los hombros. Para mi sorpresa, ella lo aceptó y apoyó la cabeza en mi hombro.
—Lo siento —murmuré.
Se rio suavemente.
—Eres lo contrario a un malote.
Cada afirmación que hace sobre mí me hace sentir menos solo.
Puede que sepa por qué me cuesta abrirme. Hugo y mi madre y mi padre me hicieron sentir mal por llorar cuando ocurrió todo lo del incidente. Pero cuando estoy con ella pienso que podría contarle toda mi vida y no se asustaría.
Me quedé mirando las estrellas.
—Yo también quiero ser amigo tuyo.
Gracias por leer hasta aquí.
Ian.
¡Hola! Os prometí que este correo profundizaría un poco más en asuntos importantes, y espero haberlo conseguido.
Me gusta mucho pensar en Eva como alguien con secretos pero también con ganas de contarlos. Al final, es una chica intentando hacer amigos nuevos. Mucho más que alguien triste.
Si os apetece, contadme qué os ha parecido. Tengo los mds abiertos <3