Something Changed - Pulp
Hola, ¿cómo estás?
He estado pensando, y creo que el problema es que Eva y yo nos parecemos demasiado. No somos iguales, porque entre otras cosas a mí no me gusta llamar la atención, pero aún así.
Te voy a contar lo que pasó antes de ayer en el parque.
Llegué a eso de las seis de la tarde, como todos los días. Ni siquiera se había puesto el sol, y si el pelo de Eva no llamase tanto la atención desde lejos, no la habría visto.
En realidad, era ese momento del día en que empieza a atardecer, así que estaba lo bastante oscuro como para que las luces de un coche de policía me deslumbrasen. Se me tensó todo el cuerpo.
—¡Eva! —grité. Estaba arrodillada en el suelo, con un bote de spray en la mano, y no me escuchó. El coche pasó por mi derecha y coloqué las manos alrededor de mi boca—. ¡Eva!
Ella giró la cabeza hacia mí y simplemente levantó el brazo para saludarme. Me pareció que sonreía. Las luces azules se desvanecieron y el coche siguió calle abajo. Cuando llegué a donde estaba, me bajé del skate y le quité el bote de pintura negra de la mano, donde llevaba la muñequera de Blur.
—Te he dicho que no hagas esto aquí.
—¿Me lo vas a prohibir?
Inspiré hondo. Me di la vuelta y, subiéndome otra vez a la tabla, me impulsé sobre las ruedas en dirección contraria.
Necesitaba tranquilizarme, el corazón me iba a mil. El relieve de las baldosas descuidadas me hacía botar y el viento en la cara me ayudó a despejarme. Eva me siguió.
—Relájate un poco, chico, que no va a pasar nada.
Deseé que me dejase en paz, que se callase un momento. Tragué saliva y me calé un poco más el gorro, hasta las orejas. La cadena de mis pantalones chocaba contra mi pierna y comencé a sentirme raro otra vez.
—Eres la nueva —le intenté explicar, ya que parece que su prima no lo ha hecho.
—¿Y?
No supe cómo explicarlo, así que me rendí antes de intentarlo.
—¿Tienes un skate?
—No.
—Toma el mío —dije, mientras me bajaba.
Durante los últimos días, el Rubio ha intentado enseñar a Eva a impulsarse, el problema es que pierde el equilibrio enseguida y apenas ha hecho ningún progreso.
Eva me miró, insegura, antes de subirse. Plantó sus zapatillas negras en el skate y levantó los brazos desesperadamente como si estuviera cayendo al vacío.
—Tranquila. —Me coloqué delante de ella y estiré mis brazos para agarrar los suyos—. No hay prisa. No hay nadie mirando.
Confiaba en ser más instructivo que el Rubio, que solo sabía decir que repitiera lo mismo que él.
—Tú me estás mirando.
—No me impresiona tu falta de coordinación. Yo tardé cuatro meses en hacer un front 180.
Se rio, y el pelo le tapó la cara como una cortina roja.
—No sé lo que es eso —dijo, y luego añadió—: El Rubio también suelta un montón de tecnicismos.
—Ya. En cuanto a eso, no pretendas conseguir lo que hace el Rubio. Ni siquiera yo soy capaz.
Como si estuviese más seguro sobre las ruedas que sobre el suelo.
—¿Más consejos? —preguntó, sujetándose a mis brazos con fuerza.
—No pongas el pie en la cola ni en la nariz, te vas a caer. —Ahí fue cuando me di cuenta de que no había necesidad de ser borde con ella, de que cuanto más se reía, más se relajaba—. Piensa en el cantante de Blur.
Se rio otra vez, y yo también me sentí mejor.
Para entonces, ella ya estaba completamente quieta, y mi corazón se había tranquilizado.
—Voy a seguirte por si te caes, pero tú no te puedes agarrar a mí, ¿vale?
Asintió, insegura. Así es como aprendí a montar en bici cuando tenía cinco años, y en skate cuando tenía nueve.
Funcionó. Avanzó unos seis metros antes de darse cuenta de que lo estaba haciendo. Entonces se desconcentró con una paloma que pasó volando delante de ella.
El patín salió disparado y ella se quedó conmigo. La agarré durante medio segundo de la cintura y la levanté antes de que se golpeara contra el suelo.
—Considera esto un favor —dije cuando la dejé sobre sus pies—. Lo normal es dejar que el principiante acabe hecho mierda.
Lo repetimos varias veces. Fue agradable. Se reía con facilidad cuando lograba mantenerse de pie unos segundos, o cuando yo decía algo para calmarla.
La última vez, frenó con el pie ella sola, sin que tuviese que salir a buscar mi patín entre los arbustos. Me sonrió, y yo le devolví la sonrisa.
Ya era completamente de noche.
—Oye, lo que ha pasado antes…
—Olvídalo.
Creo que se refería a la pintada que estaba haciendo antes de que yo llegase. Pero sobre todo a mi reacción.
—Vale…
—No me pasa nada.
—Tranqui. No he dicho nada.
¿Eso significa que tenía algo que decir?
—Es… una cosa mía, ¿vale?
—Lo pillo. No tienes que explicarme nada.
En ese momento llegaron Valle y Kelly. Los vimos caminar de la mano hacia donde estábamos y decidí que nuestra clase había terminado. Eva imitó mi postura y se cruzó de brazos a mi lado, saludando a su prima con la mano.
—No me creo a los malotes, que lo sepas, Ian —murmuró.
—Para ti, Capi.
Puso los ojos en blanco.
Me acababa de inventar el apodo.
—Lo que digas, Ian. —Me dio un golpe suave con el puño—. Pero no eres así.
Nuestros amigos traían pipas y Pepsi.
Eva decidió considerar que ella y yo también éramos amigos, porque mientras todos estaban en la pista, ella se cruzó de piernas en el suelo, a mi lado, y empezó a hablarme.
Me preguntó cuál es mi signo del zodiaco.
—No lo sé.
—¿Cómo no lo vas a saber? —preguntó, después de dar un trago a su lata de Pepsi.
—Este no sabe ni cuándo nació —dijo el Blando, que había aparecido como un fantasma a mi lado.
En lo alto de la rampa, el Rubio estaba haciendo un giro en el aire con tanta facilidad como si estuviera bebiendo un vaso de agua. Los dos teníamos la mirada fija en sus movimientos.
Antes me daba envidia, pero ahora prefiero disfrutar del espectáculo.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —insistió Eva, ignorando al Blando.
—El 26 de diciembre.
—Capricornio. —Bebió un trago—. Claro.
—¿Por qué es tan importante? ¿Cuál es el tuyo?
Me dijo que no es tan importante. Pero que ella era leo. Le tendría que haber preguntado cuándo es su cumpleaños, pero no caí en ello, y la conversación se volvió un silencio incómodo.
—¿Conoces Pulp? —me sorprendí a mí mismo preguntando de repente—. Es casi tan guay como Blur.
Ella dejó la bebida en el suelo, entre sus piernas cruzadas, y se recogió el pelo en una coleta alta. Podía ver su color natural en las raíces, pero el rojo le queda tan bien que podría ser su color natural.
—La verdad, no. ¿Es alegre?
Me sorprendió la pregunta.
—No se parecen a Blur, pero molan.
—Ya. nadie se parece a Blur. —Tenía que darle la razón en eso—. Lo buscaré en YouTube cuando llegue a casa.
—Escucha Something Changed.
—Espero mucho de ti y tu gusto musical, que lo sepas. —Alzó una ceja sin dejar de observar al Rubio.
Alargué la mano para atraer la suya y observar de cerca la muñequera: la tela era azul eléctrico, con el logo de Blur serigrafiado. Acaricié las letras redondeadas. Es la única prenda no-negra que llevaba.
No sé si eres consciente de lo guay que es tener una muñequera de Blur.
Cuando la solté, ella dejó la mano sobre mi rodilla y se apoyó sobre ella.
—Ahora en serio, no quiero tener problemas —le advertí por última vez. Señalé el bote de spray que había dejado tirado al lado de la pista.
—Solo es arte callejero.
—Sí, pero es ilegal, y si te pillan empezarán a vigilarnos.
Puede que no, pero yo estoy alerta. Siempre.
—¿Por qué te da tanto miedo la policía?
La mano de Eva es muy suave y muy fría. Y aún estaba en mi rodilla.
La cogí con cuidado para apartarla de mi espacio personal y le di dos palmaditas antes de levantarme.
No voy a hablar de eso con alguien a quien acabo de conocer.
Pero, no sé, hay algo extraño. ¿Crees que alguien te puede conocer antes de saber nada de tu vida?
Desde que llegó las cosas son distintas. Es como si ocupara mucho espacio y requiriera mucha atención.
Además, pregunta acerca de todo.
Ayer, cuando volví al parque de la calle Roma, había una pintada nueva en la base de una media rampa. “Me has engañado, Pulp es deprimente”.
No me cae mal, es que me recuerda a mí.
¿Qué opinas?
Ian.
¡Gracias por leer Boys and Girls!
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